Esa es la pregunta que millones de chilenos se hacen soterradamente luego de dos semanas de intensas y
masivas manifestaciones, de quince días con millones de personas en las calles y plazas del país impetrando cambios profundos para derribar las desigualdades que asfixian a la sociedad civil.
Tanto el gobierno como las cofradías políticas -y también las megaempresariales-, tomaron nota del sentir ampliamente mayoritario de la nación. Ya están los apuntes… ¿Quién los aplicará y los pondrá en acción?
¿Se harán, o esperaremos que pasen los días y las demandas se diluyan en los vahos del tiempo, como ha sido habitual durante largas décadas? TNo hay indicios que así ocurra esta vez, aunque siempre es posible encontrar golondrinas que no hacen verano. En política todo puede suceder.
“No vamos a cambiar una ley porque pase una marcha en la calle’”. Eso dijo el ministro de salud, Jaime Mañalich, hace pocos días. “Cuando decreten el estado de sitio vamos a dejar la cagá”, amenazó, rastrero, un soldado a un manifestante en la Alameda. “Pinochet, Pinochet”, gritaban los carabineros mientras un grupo de abogados concurría a una comisaría para sacar de allí a detenidos por toque de queda.
Agréguense innumerables declaraciones de funcionarios de gobierno mostrándose partidarios del contenido de las demandas populares y felicitando a quienes manifestaban, borrando con el codo -sin pudor alguno- las opiniones vertidas por ellos mismo días antes, cuando de manera casi histérica criminalizaban a los manifestantes.
Un caso notorio fue el de la intendente de la Región Metropolitana, Karla Rubilar, que aprovechó el entusiasmo y felicidad de la gente para subirse al carro de la victoria la misma tarde que Santiago recibió la histórica presencia de un millón doscientas mil personas manifestándose en la Alameda, Plaza Italia, Providencia, Vicuña Mackenna y Ramón Carnicer.
Si lo de Rubilar fue extraño, ni hablar respecto a lo que dijo el mismísimo presidente de la república 24 horas después de la Gran Marcha. Piñera y algunos de sus ministros se han esforzado en farandulizar las manifestaciones dándole a la enorme movilización del viernes 25 de octubre un carácter de fiesta de la primavera. La estrategia de La Moneda es dilatar, jugar el reloj, esperar que la gente se canse de protestar y vuelva a sus rutinas para, de ese modo, continuar ‘gobernando’ en beneficio del capital, la banca y algunas megaempresas.
Encuestas dadas a conocer el día siguiente de la ‘gran marcha’ indican que Piñera tiene una aprobación popular de tan sólo 14%, la más baja registrada desde el regreso a la mal llamada democracia… Su primo hermano Andrés Chadwick se acerca al cero absoluto (6%, señalan las encuestas). El 83% de los chilenos (siempre según las encuestas de opinión) están de acuerdo con las manifestaciones y las marchas, lo que puede leerse como “estar de acuerdo con las demandas” que los manifestantes expresaban.
Esas demandas tienen un apoyo transversal que cubre casi todo el espectro político nacional, me refiero al ciudadano de a pie. Es un hecho que las obstrucciones vendrán de quienes dirigen las tiendas partidistas: no necesariamente de sus afiliados. En política la tozudez no es de generación espontánea, deriva de intereses en riesgo. Privados, los intereses. El poder es tan adictivo como la droga. A tal punto que puede llegar a conformar un cuadro siquiátrico agudo, contagiando a quienes están en el entorno del reyezuelo.
Los millones de chilenos que hicieron Historia en estas semanas deben mantenerse alertas ante la posibilidad de ver burladas sus esperanzas. Se huele en el ambiente un aroma a negación, a continuidad de lo de siempre. La pinche “oposición” dice estar contra el sátrapa… No contra la satrapía. Su sueño más osado se limita a recuperar la teta que comparte alternativamente con la derecha.
El primo hermano del presidente, Chadwick, lo dejó entrever en su declaración relativa a las movilizaciones y la marcha más grande en la historia del país, deseando que quienes manifestaron y marcharon permitiesen que Chile regrese de inmediato a la normalidad. ¿A qué ‘normalidad’ se refería? ¿A aquella que tiene más de 30 años de existencia y provocó la explosión social?
La clase política no ha entendido nada de lo que ha ocurrido.
El gobierno, que viene a la baja de manera ostensible y dramática, se obstina en poner atajo a lo exigido por las mayorías ciudadanas. Insiste en maquillajes, promesas al voleo y letra chica. Usa la desmedida ambición económica de quienes hoy son sus opositores en el Congreso para ‘cocinar’ acuerdos que, en apego a la verdad, diluirán las demandas y fortalecerán la desigualdad y la expoliación del país.
Lo que han llamado “la Primavera de Chile” y otros “la Gran Marcha”, fue parte de una enorme movilización popular que apunta directamente al corazón del sistema, a la cabeza del gobierno y su amable oposición, de la derecha y de la actual dizque izquierda, enemigas ambas de la sociedad civil, depredadoras de la Naturaleza y explotadoras del pueblo de Chile.
Los chilenos deben estar alertas. Esto no ha terminado… No hace sino comenzar.
Politika
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